Una tienda con sabor hippie en la plaza Santa Cruz, al lado de Sol. Un clásico que no cierra ni en domingo. Un lugar mágico.
En la puerta, el dependiente habitual está charlando con una chica rubia que no había visto nunca. Debe ser nueva en la tienda. Él, pelo largo ondulado, botas de cuero puntiagudas, cadenas de plata en cuello y muñecas, mirada cautivadora, y ese no-sé-qué salvaje e inasible de hombre que no se ata a nadie y que sabe mover muy bien sus caderas y sus manos mientras te susurra palabras de amor que el viento se llevará pasada la noche de pasión. Se desprende en el ambiente que va a haber temita entre ellos.
Me sonríe cuando entro. Me mira a los ojos. Siempre lo hace. Es muy amable. Tentadoramente guapo. Peligrosamente accesible. Eternamente inaccesible.
Calamaro canta una canción de desamor y algo se empieza a remover en mi interior.
El ambiente huele a incienso.
Me paro en una vitrina y unos colgantes étnicos de plata y piedras captan toda mi atención.
De repente, solo puedo ver el mar, una hoguera, jóvenes charlando sobre la arena, la luna velando a la juventud que baila, que ríe, que fuma. Pieles morenas. Pies descalzos. Manos que se entrelazan. Y toda la noche por delante.
De repente estoy en otro lugar.
No es madrid. Es formentera.
Es la vida bohemia.
La luna. La playa. Los sueños hippies. Días de de vino y rosas, de amores efímeros.
De eternos veranos.
La emoción de esas noches en la que todo puede pasar. La magia de la aventura.
Me voy a ir. Porque creo que me estoy ahogando.
Salgo de la tienda, les digo adiós.
La rubia no me dice nada. El me despide con esa sonrisa que hace temblar las piernas.
Dejo a Calamaro cantando, y yo salgo a la calle. El ruido de los coches y las prisas de la gente me recuerdan de forma insultante que todo ha sido una alucinación.
Que este es el mundo que elegí. Respiro hondo el frío helador de Madrid.
Hay que comprar algo para cenar antes de que cierren. Y acostarme pronto. Mejor me ovido de melenas atractivos y de vidas bohemias que nunca supe vivir.
Mañana trabajo.
Hace 2 días
7 comentarios:
Elegir... Quizá nada se elige. Y tampoco tiene importancia esto o aquello, aunque ahora te cueste creerlo.
Al cabo, lugares y actividades, estilos y elecciones, .., acaban agotándose. Depende de cada uno de nosotros.
Porque todo eso es, en cierto sentido, estable y casi permanente. Somos nosotros, tan variables, quienes nos cansamos, los que despreciamos no se que o terminamos aburriéndonos de aquello que nos encantó.
Solo consiste en encontrarse con uno mismo y luego ser muy fiel a lo que has descubierto.
¿Elegir? Sí. Yo creo que sí. Que cada uno elige finalmente su vida. Aunque crea que no. Si uno no se lanza a hacer algo que cree que le fascina, es porque en el fondo, no le fascina tanto.
Encontrarse con uno mismo, como dices, es lo más importante.
Me gustan tus textos porque son alegres, ligeros, positivos. Supongo que tu paraíso no será siempre así, pero tu forma de expresarlo rezuma optimismo.
Un saludo.
Me encantan tus crónicas de reportera urbana del distrito Centro (mi segundo barrio). Sigue ilustrándonos, por favor.
De lo de la terapia anti-fumeteo, hablamos otro día, ¿vale?
Besos
hala!, gracias jj. Me encanta que te parezca optimista. Yo lo veo más bien melancólico, pero sí, finalmente es optimista. Es que yo soy la dos cosas...un abrazo.
Pos sí, Nu, tenemos que hablar de mi terapia antitabaco. Un garrotazo es lo que me vendría bien. Historias del distrito centro tengo a millares. Cada salida por estos lares...es un aventura!
Besicos!!!
música de Calamaro, olor a incienso, ambiente hippie, un bombóm tras el mostrador... el finde próximo tengo previsto ir a madrid, dime dónde es que no me puedo resistir...
Qué suerte Tali! Madrid es siempre una aventura. Disfruta de lo lindo y aprovecha. Lugares como el que describo hay mil por aquí. Tú tienes que descubrir el tuyo...;)
Lo mejor: ir sin rumbo predestinado y dejar que la ciudad te sorprenda.
Besitos.
Publicar un comentario