Vomito a las siete de la mañana
entre indiferente y perpleja de que a las siete de la mañana
me decida a rechazar todo lo que no quiero.
Solo a veces el cuerpo habla
de lo que el alma no se atreve a gritar.
Reconocer que odio la soledad cuesta
convulsiones de estómago
y lágrimas en los ojos
mientras por mi boca expulso
las relaciones mediocres
los hombres que no saben quererme
y la incesante obstinación por parecer
una mujer fuerte.
Vomito y al fin, me quedo tranquila.
Aunque me tiemblan las piernas
por el esfuerzo.
Se habla con lo que se puede.
Y como yo no se decirlo
es mi cuerpo el que me ha dicho
que necesito ser amada.
Hace 3 horas
3 comentarios:
Precioso
Por lo menos te has dado cuenta. Hay gente que no lo descubre nunca.
Me ha encantado tu poesía.
Un saludo.
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