Sepharad pensaba mucho. Pensaba todo el tiempo.
A veces, podía pasarse horas pensando, incluso mientras hacía otras cosas.
Pensaba tanto, que un un día, sin que él lo notase, sus pensamientos comenzaron a salirse de su cabeza en forma de ramas de un árbol centenario, y empezaron a rodearle la cabeza, el cuello, los brazos; bajaron por la cintura, las caderas, le envolvieron los muslos, las rodillas y llegaron hasta los pies. De sus pies, sus pensamientos siguieron creciendo y alargándose por el suelo, hasta alcanzar las paredes de su cuarto, por donde treparon, invadiéndolo todo, hasta el techo, saliéndose de la habitación y enroscándose por todos los objetos que se cruzaban.
Cuando se quiso dar cuenta, los pensamientos de Sepharad habían tomado vida propia y se anclaban fuertemente en el mundo que le rodeaba, dificultandole la capacidad para moverse, para caminar, incluso para respirar.
Cuando Sepharad asumió que había caído presa de sus propios pensamientos y de que estaba inmovilizado, siguió pensando, pero esta vez, toda su atención se centró en cómo librarse de esas ramas que le ahogaban.
Pensó cortarlas, pero apenas podía mover los brazos para alcanzar un objeto cortante y cuanto más pensaba, más fuertes se hacían las ramas y más se extendían.
Pensó zafarse, retorcerse, pero el espacio entre las ramas y su cuerpo era ínfimo y no le permitía apenas movimiento.
Quiso morderlas, pero las ramas eran gruesas, sólidas, fruto de horas y horas de pensar.
Asustado por la imposiblidad física de escape, decidió que tal vez si hablaba con ellas, si dialogaba, si negociaba, las ramas desaparecerían, o retornarían a su cabeza. Comenzó a hablar, pero nada ocurrió. Para hablar tenía que pensar, pensaba mucho, pensaba en qué decir, en cómo decirlo, en lo que pasaría si no funcionaba, en lo primero que haría cuando quedara libre. Y como no paraba de pensar (porque Sepharad pensaba mucho, pensaba todo el tiempo), las ramas, en vez de desaparecer, seguían creciendo, alargándose, haciendose más fuertes e invadiendo ya todas las estancias de su casa.
Horrorizado ante la visión de su casa convertida en una selva de ramas entrelazadas, gruesas y fuertes, y ante la realidad de que se encontraba en una carcel y que no le quedaba mucho tiempo,empezó a llorar, a llorar desconsoladamente, a llorar sin pensar en nada. Porque ya no le quedaban fuerzas.
Mientas lloraba, rendido, vacío de todo pensamiento, cansado y agotado de pensar, las ramas comenzaron a retroceder, lentamente. Y cuanto más lloraba, y menos pensaba, más retrocedían.
Tanto lloró y tan poco pensó, que finalmente, las ramas terminaron por desaparecer por el mismo punto por donde habían asomado: por su cabeza.
Pero Sepharad no se había dado cuenta.
Cuando ya no le quedaba lágrimas, creyendo que era el final, abrió los ojos, y vió su casa limpia. Vió su cuerpo liberado. En silencio, en el silencio más grande que nunca había sentido, se dio cuenta de que el no pensar le había hecho liviano. Y le había salvado.
Desde aquél día, Sepharad solo piensa lo necesario.
Cuando nota que alguna rama le empieza a sobresalir de su cabeza, se relaja, deja de pensar y escucha música.
Y aunque cree que pensando menos está perdiéndose algo, la verdad es que sólo gana cosas. Gana claridad de pensamiento, gana paz, gana ocurrencias, y, paradójicamente, gana hasta soluciones a sus problemas.
Pero siempre tiene que tener cuidado de no pensar en exceso, porque no quiere volverse a sentir atrapado por sus pensamientos.
A veces, podía pasarse horas pensando, incluso mientras hacía otras cosas.
Pensaba tanto, que un un día, sin que él lo notase, sus pensamientos comenzaron a salirse de su cabeza en forma de ramas de un árbol centenario, y empezaron a rodearle la cabeza, el cuello, los brazos; bajaron por la cintura, las caderas, le envolvieron los muslos, las rodillas y llegaron hasta los pies. De sus pies, sus pensamientos siguieron creciendo y alargándose por el suelo, hasta alcanzar las paredes de su cuarto, por donde treparon, invadiéndolo todo, hasta el techo, saliéndose de la habitación y enroscándose por todos los objetos que se cruzaban.
Cuando se quiso dar cuenta, los pensamientos de Sepharad habían tomado vida propia y se anclaban fuertemente en el mundo que le rodeaba, dificultandole la capacidad para moverse, para caminar, incluso para respirar.
Cuando Sepharad asumió que había caído presa de sus propios pensamientos y de que estaba inmovilizado, siguió pensando, pero esta vez, toda su atención se centró en cómo librarse de esas ramas que le ahogaban.
Pensó cortarlas, pero apenas podía mover los brazos para alcanzar un objeto cortante y cuanto más pensaba, más fuertes se hacían las ramas y más se extendían.
Pensó zafarse, retorcerse, pero el espacio entre las ramas y su cuerpo era ínfimo y no le permitía apenas movimiento.
Quiso morderlas, pero las ramas eran gruesas, sólidas, fruto de horas y horas de pensar.
Asustado por la imposiblidad física de escape, decidió que tal vez si hablaba con ellas, si dialogaba, si negociaba, las ramas desaparecerían, o retornarían a su cabeza. Comenzó a hablar, pero nada ocurrió. Para hablar tenía que pensar, pensaba mucho, pensaba en qué decir, en cómo decirlo, en lo que pasaría si no funcionaba, en lo primero que haría cuando quedara libre. Y como no paraba de pensar (porque Sepharad pensaba mucho, pensaba todo el tiempo), las ramas, en vez de desaparecer, seguían creciendo, alargándose, haciendose más fuertes e invadiendo ya todas las estancias de su casa.
Horrorizado ante la visión de su casa convertida en una selva de ramas entrelazadas, gruesas y fuertes, y ante la realidad de que se encontraba en una carcel y que no le quedaba mucho tiempo,empezó a llorar, a llorar desconsoladamente, a llorar sin pensar en nada. Porque ya no le quedaban fuerzas.
Mientas lloraba, rendido, vacío de todo pensamiento, cansado y agotado de pensar, las ramas comenzaron a retroceder, lentamente. Y cuanto más lloraba, y menos pensaba, más retrocedían.
Tanto lloró y tan poco pensó, que finalmente, las ramas terminaron por desaparecer por el mismo punto por donde habían asomado: por su cabeza.
Pero Sepharad no se había dado cuenta.
Cuando ya no le quedaba lágrimas, creyendo que era el final, abrió los ojos, y vió su casa limpia. Vió su cuerpo liberado. En silencio, en el silencio más grande que nunca había sentido, se dio cuenta de que el no pensar le había hecho liviano. Y le había salvado.
Desde aquél día, Sepharad solo piensa lo necesario.
Cuando nota que alguna rama le empieza a sobresalir de su cabeza, se relaja, deja de pensar y escucha música.
Y aunque cree que pensando menos está perdiéndose algo, la verdad es que sólo gana cosas. Gana claridad de pensamiento, gana paz, gana ocurrencias, y, paradójicamente, gana hasta soluciones a sus problemas.
Pero siempre tiene que tener cuidado de no pensar en exceso, porque no quiere volverse a sentir atrapado por sus pensamientos.
Desde entonces, los que le conocen, dicen, que Sepharad parece un hombre más contento.
15 comentarios:
en primer lugar, Pe, es para mi un gran honor ser el primero que comenta este texto.
No me caracterizo por echar flores gratuitamente, lo hago cuango es menester.
Hecha esta salvedad, he de decirte que tu historia me ha parecido IMPRESIONANTE, ESPECTACULAR, BONITA, INCISIVA Y CON DUENDE. Me ha encantado. La he tenido que leer con detenimiento dos veces seguidas para disfrutar más aún con una tercera lectura.
¡Menuda perla!
Besos, y prodígate.
Por cierto, y perdón por la insistencia.
Tu personaje, masculino, adolece de rasgos algo femeninos. Imagino que lo habrás pensado, aunque creo que esa androginia algo retórica le da más realce al texto.
A veces las chicas sois así ... y a nosotros nos toca sufrirlo (o disfrutarlo, según se mire)
Siempre disfrutarlo, Nuareg, siempre disfrutarlo...
Y sí, coincido contigo en lo excepcional del texto. Enhorabuena Penélope.
... Hasta me he sentido identificada con los pensamientos/ramas... ya te contaré cómo lo resuelvo.
;-)
Si, es muy bueno... Y me gusta no sólo por cómo está escrito, sino porque es un tema universal, y personal. Pensar está sobrevalorado. Por eso, cuando las ramas salen de mi cabeza, o vomito, o duermo, o bebo.
A veces las ramas pueden ayudar a desentrañar el entuerto. Las más de las veces lo único que hace es volverlo más irresoluble, más imposible, apareciendo matices y posibilidades que pueden llegar a volverte loco. En el fondo, le estoy dando demasiada prosa a tu poesía...
Y no digo otra cosa que cuando leo algo con lo que me siento identificado y es bello... pues me gusta. Mucho. Y procuro no pensar en nada más
Hola Penélope,
He leido tu "cuento breve", si me dejas llamarlo así, porque me ha llamado la atención el título, me ha atrapado, me ha capturado y me ha envuelto en sus ramas.
Está muy bien, francamente bien, bien escrito, bien comenzado y bien resuelto.
Además el tema es apasionante. Pensar o no pensar, pensar en demasía...
El exceso, está claro, es malo siempre.
Lo que creo que es contraproducente es recrearse en la maraña de los problemas, en uno mismo. Repetir argumentos, autocompadecerse.
Pero pensar con un fin, con un objetivo es creativo, como te ha pasado a tí con este, si me dejas "cuento breve".
Izalda
Tienes razón Izalda, más bien es un cuento breve...Nunca antes había escrito un cuento breve, pero ese Sheparad apareció de pronto en mi cabeza...y me invadió, como las ramas de sus pensamientos.
Por lo que veo, a todos nos han salido "ramas" alguna vez de nuestras cabezas, glups...tendremos que analizarlo, chic@s.
Me encanta que os guste, y ahora mismo me siento oronda y feliz por vuestros comentarios.
Besosssss.
Mantenía Einstein que todo debe tratarse de la manera más sencilla posible, pero no más.
Y es que por mucho pensar no se llega más allá. Al contrario.
Coincido en que pensar sesudamente no garantiza escoger la mejor de las opciones. Yo, de hecho, pienso lo menos posible...
Siempre he pensado que pensar es tan cansado...
(precioso post)
Ha sido una deliciosa lectura, me ha encantado.
Pensar con moderación no es tan malo. Usa uno los sentimientos y el desconectar con moderación y te queda un bonsai de los más mono.
Un saludo,
Jo, seré rara... pero a pesar de todo a mí me encanta pensar!!!!
Me sumo a todos, me ha encantado y además lo he leído en un momento que parece que me viene como anillo al dedo.
Me ha gustado mucho tu relato, pensar a veces mata la vida porque nuestra existencia es más que pensamiento: somos emociones, impulsos primitivos y viscerales que los que continuamente reprimimos. Esa misma idea quise reflejar en mi texto Dionisio.
Saludos.
Hola Penelope
Me ha gustado mucho lo que has escrito, hace tiempo que sigo puntualmente tu blog, y aunque nunca he participado, soy fiel seguidor tuyo.
Me ha tocado el cuento, por eso hoy he decidido decirtelo.
Enhorabuena
Muchas gracias. Me encanta que os haya gustado. Emulando a Sheparad voy a intentar vaciar mi cabeza, aunque dudo que lo consiga, dada la tormenta de ideas que tengo en este momento. Y es que salir de guardia te puede dejar agotado fisicamente, pero con el cabezón tan en ebullición por determinados temas que no creo que sea empresa fácil.
Y es que una cosa es escribir y otra vivir lo que escribes.
Pero se va intentando.
No sé, me voy a dar un baño caliente, o a pincharme un valium en vena.
O algo.
Saludos cariñosos a todos los que escribis aquí.
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