Hace 2 días
lunes, 1 de septiembre de 2008
VOLVER A MADRID
A Madrid siempre se vuelve. En un momento u otro. Y, para los que vivimos aquí, volver a Madrid es volver a la vida habitual. En el pasado, pisar de nuevo estas calles, después de un viaje corto o largo, me suponía una suerte de emoción, tan intensa, que no lograba recuperarme durante horas. Y la calidad de esa emoción dependía de mi estado anímico del momento. Podía volver melancólica, la mayoría de las veces, cuando al entrar de nuevo en la ciudad, sus calles, sus plazas, su bullicio y su luz me recordaban el amor de turno que ya no estaba conmigo, y que seguiría pisando esas mismas calles en mi ausencia, sin mí, quizás abrazado a la cintura de una nueva compañera. Quizás en la misma soledad que la mía. Y la sentía traidora, irreverente, libre y desoladora para el alma.
Otras, cuando estaba eufórica y me esperaban cosas interesantes, volver era penetrar de nuevo en la magia de esta ciudad, en sus encantos, en su posibilidad infinita de aventuras y nuevos descubrimientos. Madrid era el teatro, la noche y el día, las calles de la Latina que siempre me marcaron, los cantantes en el metro, las caras nuevas que conocería y que me hablarían de historias sugerentes, los conciertos, las quedadas inesperadas que se volvían mágicas, los cursos de poesía, un chico interesante escribiendo en una cafetería, fiestas interminables, personajes que no eran de mi mundo y el mundo bohemio que tanto me seducía....
Ahora Madrid, es simplemente, Madrid. La ciudad en la que vivo y en la que tantas cosas me han pasado desde que llegué. Ahora mi mirada es más calmada, más real, más objetiva. Menos cargada de emociones. Más liberadora.
Siempre dije que Madrid fue para mí como una “gran amor”: me dio las más intensas emociones y las decepciones más profundas. Nos amábamos y odiábamos a partes iguales, todo cargado siempre de una afectividad intensísima, de un volcán de emociones. Pero pasó el tiempo de los amores apasionados. Y vino el de los amores pausados, tranquilos, gratificantes. El de conocerse poquito a poco, pero de verdad. El de disfrutar de la realidad y no de las ilusiones. El de saber aceptar que no hay nada perfecto, gracias a dios. El del comedimiento emocional.
Y ahora, regreso a Madrid más tranquila. Siempre, más tranquila. Sin la sensación volcánica de que algo va estallar en mi interior, pero con la certeza gratificante de que he llegado a mi hogar.
Foto de la Plaza de la Armería del Palacio Real, Madrid: http://www.flickr.com/photos/elsindromedeottinger/831193591/in/set-72157594430171611/
Etiquetas:
divagaciones de penélope,
madrid
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
hola muy interesante tu bolg, tu eres de españa? yo soy de guatemala, me gustaria contactarte mi mail es gandypalestina@hotmail.com, por si quieres hablar!!!
Muchas gracias! Me hace ilusión que me hayas encontrado apenas recién abierto el chiringuito.
Estaré atenta a tu blog.
Un saludo!
Viví tres años en Madrid. Y un amor.
Tiene encanto, presencia y vida
No me puedo creer que se haya leído todas y cada una de las entradas de este blog (de delante hacia atrás). Turulata estoy yo.
No sé qué tipo de penitencia ha decidido practicar usted ni qué tipo de pecado debe expiar, pero si todos le leyeran a una con tanta atención, la autoestima y el ego no le cabrían a esta que suscribe por la puerta más grande de la basílica del Pilar.
He dicho.
Publicar un comentario